Amanecer en julio

En julio, una mañana, una rendija en la persiana se atrevía con esos minutos de placer en los que irremediablemente un hilillo de baba reflejaba los restos de un sueño, un sueño que te alborotó mientras lo vivías y ahora te ha dejado despeinado, con una sonrisa borde, lasciva y demasiado húmeda.
Un instante en que tu sueño encontró la leve forma de unas piernas, un cuerpo arqueado y somnoliento, invadiendo sutilmente el espacio que la comodidad y la conveniencia te habían otorgado.
Una piel suave y brillante que dominaba todo lo que alcanzabas a vislumbrar, emergiendo de entre las sábanas y creando esféras imposibles en el espacio, rellenas de esa materia indescifrable que te invita, te obliga al deseo. Rotundamente presentes, en toda su extensión y firmeza, con trepidantes senderos que podrían guiarte a lo más ignoto de su cuerpo, mientras suspiras por sentir el mundo que encuentras en el abismo arqueado de su cintura, a los pies de esas ilusiones convertidas en pecado.
Sabes que no debes, pero quizá puedas, y en tu atrevimiento la razón no tiene cabida, te vencen y te dejas vencer mientras tu respiración se vuelve convulsa, agitada y eres incapaz de dominar los músculos que poco a poco acercan tus manos a las suaves cumbres.
Primero temerosas, algo inseguras, temblando en la emoción de sentir la piel caliente en las yemas de los dedos, invadiendo el espacio que las telas no han osado cubrir, cobardes y palideciendo ante el encanto de lo humano, aunque a veces, imposible.
Luego conquistadoras, firmes, atrevidas, reconociendo que la piel y la carne se funden con ellas, se alborotan a su paso y emergen invitadoras a la rebelión de los sentidos; ahora con un leve movimiento, caderas que acortan distancias que el ojo no puede percibir pero el deseo no perdona, y al instante un sutil, quedo, apenas exhalado gemido que pretende robar el protagonismo a los valles y a las cimas.
Y callas, y sientes, y rozas y en la caricia envuelves lo que no puedes callar, le robas a su aliento una pizca de osadía mientras te acercas y quedas expuesto al descubrimiento; adoptas la forma de sus formas, y en tu piel sientes cada pliegue de su piel, el calor de su carne invade tus carnes y toma fuerza y presencia en ti, anulando disculpas y pecados mientras te somete.
Y te permites recorrer los mundos que te brinda su cuerpo, extiendes los dedos en pos de emociones distantes y abarcas, ora con miedo, ora con excitación, su vientre, cautivo del contacto y sabedor de tus ansias.
Tu boca se abre paso, confiada y húmeda entre sus hombros, sus brazos y su cuello, saboreando su piel, impregnada de sal y arrebatada de suspiros, perdiendo la vergüenza cuando devoras esa leve forma donde nace encarnado y fino su cabello, en el que te pierdes, te asombras y sorbes todo su pudor.
Sientes que su piel enrojece, excitada, y se abandona a tu invasión, los brazos se relajan y el pecho nace ante ti, soberbio, desafiante y absolutamente tentador. Imposibilitadas al recato, tus manos te abandonan, en cuanto apenas rozan sus senos tu verdad queda expuesta y donde antes no te permitías más que la mirada ahora te haces presente y la suavidad se torna firmeza, sus caderas presienten la existencia de todo tu ser entre los latidos que se amontonan.
Y descubres las formas, acaricias las curvas y se revela ante ti el nacimiento de los pezones; atrevida y dominada por la pasión tu lengua provoca su extensión y su firmeza sonrosada, carnal, encantadoramente sensible y provocativa mientras tus manos intentan, en su torpeza, abarcar, proteger y encerrar la total dimensión de sus senos.
Acaricias, besas, lames, rozas, pierdes el sentido y la realidad, abandonas tu cordura y rodeas su cuerpo con los brazos, tomas sus hombros, la acercas a ti, radiante, sonriente pues se sabe hermosa. Y la posees.
Tomas sus curvas, su vientre, sus caderas, sus pechos y sus hombros, tomas sus ansias y su deseo, su placer y su juicio. Penetras en su confianza y en sus temores, en su alegría y en sus verdades, te fundes lentamente en sus brasas.
Empujas y palpitas, te recibe y gime, agarra fuertemente las sábanas, las arrastra, las retuerce, a instantes sus manos golpean, cabecero y colchón, al ritmo de suspiros y jadeos, con la cadencia de tus propios impulsos; son temblores y piernas que abrazan, encierran, pervierten, manos que toman las tuyas, sujetan, arañan y piden.
Son miradas, penetrantes y calladas, furtivas en el deseo y la pasión, anhelantes de conocer y tomar, de intentar y sentir, de amar y gozar.
Y sientes que miles de organismos se juntan y festejan el encuentro, se abrazan, bailan y ríen, organismos que la invaden y te deja contemplar, organismos que provocan su sonrisa y su belleza.
Y en ellos te encuentras, y en ella te pierdes porque te puede, te dejas arrastrar mientras todo tu cuerpo te abandona en su interior.
Aún te sientes palpitando, fuertemente, completamente extenuado pero firme, sin retroceder ni uno sólo de los minúsculos trechos que habías vencido, de la pasión con que asías esas perfectas, rotundas e incitadoras curvas mientras tu cuerpo se fundía en el suyo.
Una mañana de julio en que una rendija te mostró el deseo.

No woman gets an orgasm from shining the kitchen floor. (Betty Friedan)