Ni estaba en una botella ni lo había escrito en un papel perfumado, era poco menos que una frase, quizá un párrafo o como a los anglosajones les gusta llamarlo, una sentencia.
Porque eso era, nada más y nada menos, la sentencia de su propia suerte, la irremediable aceptación del devenir próximo de su vida.
Era su papel, y lo había escrito con su bolígrafo, que contenía su tinta, lo escribió con su propia mano, con los dedos apresados al frío metal.
Había meditado tantas veces lo que debería hacer llegado este punto, horas y horas invertidas en reconocer que de algún modo su porvenir estaba ligado al de los demás, que su destino pendía, como una marioneta, de las cuerdas que todos, todos y cada uno de los actores en esta tragicomedia no atinaban a mover con la certeza que se les requería.
Intuía que la ansiedad, que corroía cada minuto de los lánguidos días en que transcurría su pesar, no era más que el fruto de los devaneos de la comunicación que le abrumaba, de la odisea de intentar desplegar con un ápice de certeza los datos y las previsiones que le arribaban, incansables, a su atrofiada y estéril mente.
Sentía la incapacidad de la comprensión, el devaneo insustancial, a todas luces pueril, entre la ingente y agolpada desinformación que le absorbía la fe y la toma de partido, nuevamente infructuosa y baladí; incertidumbres asociadas a la malograda comunión entre pensamientos dispares, tensiones no resueltas, afectos y desafectos que no se ocultan ni son convenientes.
Un papel, miserable y reciclado, en el que disponía de toda la prosa que su extensa educación le había prodigado, del verbo tan denostado como infame en que acunar deseos, sueños y a veces hasta la rebeldía furiosa en que se atrincheraba para no desfallecer en el intento de sobrevivir.
Un papel, desgarrado por no recortar, estirado por no aguardar opciones, manchado con letras simples y desgarbadas, un papel escrito.
– Julia, son las seis, salgo a pasear y volveré a las diez en punto.
Escritos desde mi celda II
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Generación X
Soy un afortunado miembro de la generación X, también llamada generación de la apatía o cómo a mí me gusta llamarla generación Peter Pan.
Apenas tuve que sufrir los últimos coletazos de una dictadura pero quedé impregnado de alguna forma de las ansias de vida y libertad que se respiraban en el mundo por aquel entonces. Era el momento de los flower power y el amor en algunos países, aquí fue el tiempo de la emigración a Europa, los trenes atiborrados de esperanzas y de hogazas de pan.
Desde entonces he disfrutado de una época tranquila y sin demasiados sobresaltos, nada que ver con las generaciones inmediatamente anteriores cuando poco después de estrenar el siglo más de veinte millones de personas perdieron la vida en una guerra que ni les iba ni les venía, que cuando se acabó esta guerra la gripe española acabó de un tajo con los sueños, amores y risas de más de cincuenta millones de personas, que no contentos con eso empezó la gran depresión, un fantástico caldo de cultivo para los demagogos y bocachanclas salvapatrias (ipsa historia repetit) que les llevó a otra guerra, de las gordas, con unos sesenta millones de vidas segadas de golpe. Generaciones como la de mi madre, camino al trabajo de madrugada encontrando jóvenes muertos en la cuneta los últimos días de la guerra, con largas listas de nombres en los periódicos, listas de amigos, un primo, un vecino, quizá un novio.
Sí, soy de una generación cómoda, una generación que ha vivido desde el sofá genocidios como el de Camboya, o los más recientes de Los Balcanes o Ruanda con un millón de muertos y quinientas mil mujeres violadas.
La crisis de los misiles que iba a acabar con el mundo conocido ya había pasado y mi mundo seguía en pie, con mejores o peores zapatos pero en pie.
Alguna camiseta del Ché, quizá un poco de Punk trasnochado y mucho Rock, eso te marca e impregna carácter, no hay duda.
La misma camiseta que me he puesto de vez en cuando estos días para escuchar canciones protesta e himnos revolucionarios mientras hacen pop las palomitas en el microondas, saboreando la enésima cerveza que, no debo olvidarlo, me ayuda a entonar estos himnos con la fuerza y el tesón que la revolución requiere o al menos sin desafinar demasiado.
Ahora, ahora salgo de nuevo a la calle, pero antes de cerrar la puerta echo un vistazo al interior de mi celda intentando coger perspectiva, en la vida es muy útil no perder la perspectiva para apreciar todos y cada uno de los detalles, pero también para no magnificar o transformar la realidad pues eso alimenta a los monstruos que acabaron con la vida y los sueños de las generaciones anteriores.
El tic-tac del tiempo es el peor enemigo del capitán Garfio, pero Peter Pan sabe que para permanecer joven no hay que perder la memoria, ni la perspectiva.
Fase X
No bien hubo acabado el destierro que le retuvo aprisionado en aquella aparente tierra de cortesanos y meretrices de todas las estofas, se dio cuenta de la inutilidad de los subterfugios que utilizaba para no expandir su alma.
Era tan manida su persecución de la cotidianidad loable, del aplauso meritorio y disciplinado que nunca antes alcanzó a desdeñar ese atisbo de plena satisfacción que enardece a los incautos en la búsqueda de su bienintencionada bondad, atrancando al unísono y diariamente el cerrojo del pensamiento mientras se dejan aniquilar por cantos de sirena, tan hermosas y sutiles como inútiles y asexuadas.
Permaneció absolutamente inmóvil, retando cada una de las intenciones que le acosaban, fustigándole a la continuidad en la obtención de los logros minúsculos que se ocultaban tras esas imágenes, las suaves luces tan bien alineadas, tan bellamente dispuestas para alimentar retinas insulsas y adormecidas.
No quiso interpretar ninguna de las frases que se le presentaban, no anhelaba ya entender la conciencia social de la belleza sin maldad, de los parabienes amados, queridos, las letras poéticas que revelaban el paso de hermosas gestas y deseos en los que espejarse y sumergir sus hilvanados principios, tan cautos y alindados.
No deseó escuchar ni compartir el sonido de las bellas melodías que antaño arrebolaban su ser invadiéndole de ternura y complejos reblandecimientos de cariño que no debían postergarse.
No, cuando terminó el destierro no regresó, no volvió a ser el mismo, no contuvo sus ansias ni un segundo más y decidió que su futuro merecía ser vivido lejos de la cárcel en que ahora moraba, y en ese mismo instante cerró la sesión y apagó el ordenador.
Desde mi celda
Microrrelatos en el confinamiento
Llegaré pronto
Me levanté algo perezoso, lo que tiene un miércoles cuando la noche anterior te excedes. Y es que a Julia no se le ocurrió otra cosa que enfundarse esos vaqueros que, lo sabe, vaya si lo sabe, te arrastran a perderte entre sus curvas.
El café estaba caliente y contemplar esa sonrisa cómplice que dibuja aún recuerdos de la noche anterior es encantador.
La besé, le robé un beso al partir, y deseé que no hubiera acabado el confinamiento.
Menos mal que la carretera aún está poco transitada, llegaré pronto. Tengo ganas de que terminen las obras, ese camión, pero qué …
Manos sucias
La misma tarea, repetida, una mano, la otra, el jabón, las uñas, el cepillo de uñas. Lávate las manos, las uñas, debajo de las uñas. Limpio, más limpio.
Las uñas no quedan bien, mejor cortarlas, a ras. Límpialas de nuevo, con cepillo. Frota las yemas, bien limpias.
Te duelen los dedos en las cuerdas, te duele la guitarra, no tienes uñas para tocar. A Victor se las destrozaron, le silenciaron con el ruido de las 44, asesinos con manos sucias.
Aqua fulget
Río abajo, río abajo,
el agua te lleva sonriente,
abrazado a tu triste memoria
que te rehuye exhausta.
Río abajo, la lluvia fina
la que lava tu rostro
y enjuga tu miseria,
desmembrado en la pasión,
sutil en la reverencia
a tus carnes indolentes,
te impregna, cálida gota.
Ves y arrancas lo que miras,
tocas y cercenas lo que sientes,
amatoria creencia introspectiva
que te adula el ser, quebrado.
Río abajo, la vida espesa,
costalero de cruces perdidas,
en tu propio osario percibes
el dolor de tu suerte,
la risa plañidera del ocaso
en el que gustas esfumar
creencia y verdad, ausente.
Río abajo, río abajo,
tu vida y tu muerte.
The literal meaning of life is whatever you’re doing that prevents you from killing yourself. (Albert Camus)
Conmigo
Ya solo quedo conmigo,
a la vuelta de la esquina,
no más lejos.
No escribo por no molestarme,
ni se lo que digo si me llamo
cuando hurto palabras a mi voz,
me temo cuando me lloro,
presente y reflexivo,
me canso de seguirme,
de alterar mi sueño sin mí.
Cuando me falto me evado,
si no me siento, ya no estoy,
en mi ya no me hallo, me canso,
y me pregunto hasta cuándo.
Cuándo volveré a verme,
cuándo estaré en mi,
si podré amarme,
en silencio,
si miraré mis ojos,
cerrados,
sellados sin verme.
Me calla mi ausencia
y me cuestiono inerte
en mi propia soledad,
me recluyo en mi celda
y me sobrevivo, acotado,
me respiro, me transpiro
y a veces, me suspiro.
Me envuelvo en mi refugio,
en la tragedia de despertarme
a la distancia en que habito,
irreflexivo y ausente, vivo.
I believe a lot of disease comes from anxiety, loneliness. (Tom Cochrane)
Distancia
Podía observar desde su ventana la montaña cubierta, un penacho de nubes vírgenes asomaba en lo alto cubriendo la cima, extendiendo sus deshilachados tentáculos ladera abajo; finas gotas de lluvia recorrían el cristal, envolviendo el atardecer de pesada nostalgia mientras sus ojos depositaban inciertos sueños en distancias imposibles de evaluar.
La menguante claridad que asomaba a su rostro la acompañó en su estremecimiento y la desapasionada tarde inundó de frío su piel; apoyó ligeramente su mano en el pecho, en la confluencia de la sedosa tela que cubría su torso y respiró, profundamente, reteniendo por un instante todo el aire que en sus pensamientos no gozaban del espacio suficiente, sintiendo la necesidad de contener ese hálito de apasionada esperanza en su ser.
Sus dedos sintieron el gélido tacto del botón anacarado, preso entre las tensiones que la tela le conminaba a soportar; percibió la inclinación del ojal, la tirantez del fino hilo que retenía enlazados los tejidos. Permitió que la mano descansara levemente entre las telas, apoyando el anular en el borde mismo del nácar que las anudaba, la firme presión de sus pechos abultados, en el intento de retener las últimas sombras del crepúsculo, hizo el resto, el ojal cedió y lo que antes confería una suerte de cerrojo a su recato ahora era una invitación al contacto, a la caricia.
Sintió que sus dedos palpaban abruptamente la carne sedosa y retuvo la caída de la mano con una ligera presión en la piel, sintió las frías yemas de los dedos en el curvado pliegue de su seno, las circunstancias que habían alterado su vida en las últimas semanas también habían otorgado absoluta libertad a su cuerpo y en pocos días acostumbró su feminidad a la plena desenvoltura y al roce pecaminoso con la seda de su blusa, momentos en que la voluntad descansa y el reflejo carnal se impone, la sensibilidad de las cumbres se acrecienta en las tardes húmedas y su lozanía invade el pretexto de su contemplación rejuvenecida, se siente mujer y lo disfruta.
La yema queda aprisionada entre las carnes y sutilmente se abre paso empujando el seno, palpando la curva que la mano codicia y en la que desea mimetizarse, al instante alberga en la palma la completa redondez de su pecho mientras el pulgar se arrastra lentamente en busca de la coronación de su geográfico esplendor, la areola que rodea la culminación de la desnuda materia, incitadora a la escalada y al contacto.
Su brazo resbala sobre la fina seda que todavía cubre el otro pecho y la mano, ansiosa, aprovecha el descuido para acercar índice y pulgar a la cumbre, firme, enrojecida, escandalosamente sensible. Un suave pellizco y el pezón sucumbe enardecido, la inflamación es evidente y traspasa los límites del tocamiento, queda enjaulado entre las yemas pugnando por el perdido descaro de sentirse tentador y a la vez reconoce en la nueva situación el triunfo del deseo que provoca sobre la razón.
La mano no puede contener el segundo de arrebato que ha provocado el delicioso instante y estrecha la presión en la sinuosidad que la palma aún sostiene, el seno es levemente impulsado en un ademán inequívoco de reconciliación con la libertad que disfrutaba, pero a la vez conocedor de la magnitud del deseo que provoca, y somete la elástica piel a los escarceos de la mano, claudica a la presión y se amolda, rendido y tentador a la opresión de la pasión desatada.
Dejó que el aire contenido fluyera libre nuevamente, su torso hinchado recuperó la forma de la cotidianidad, la mano atenuó su presencia y sus hombros se relajaron, sintió que el teléfono resbalaba por su mejilla y lo retuvo al vuelo con la misma mano que hace unos segundos oprimía su pecho.
– Javier, tengo tantas ganas de verte, pero mejor te llamo luego que ya son las ocho. Aplaudiremos juntos en la distancia mientras esto dure.
Sometimes isolation can be shared (Ken Grimwood)
Calle vacía
Erase que se era un vecino, un vecino como los nuestros, este vecino vivía en un bloque de apartamentos en una pequeña ciudad, como la nuestra, pegadita a la costa y llena de gente en sandalias los días de calor y en sandalias con calcetines el resto.
El vecino tenía unas vistas maravillosas del puerto, todos los días veía cómo venían los barquitos, los grandes cargados de gente y de cosas, los de pesca que traían manjares exquisitos del fondo del mar perseguidos por las gaviotas, y los más chiquitos con marineros de fin de semana, jovencitas dorando sus cuerpos y una algarabía de niños que no tenía nada que envidiar a las gaviotas; a veces tenía que cerrar la ventana porque el humo de las calderas le molestaba un poco pero la vista lo merecía.
El vecino se sentaba en la terraza a tomar el desayuno y pasaba un par de horitas contemplando a la gente que iba y venía, algunos cogidos de la mano, otros dialogando sobre el futuro, los niños y los cruceros que soñaban hacer. Y si llovía, si hacía mal tiempo, se quedaba absorto, con la nariz pegada al vidrio mojado contemplando el enfado del mar, escuchando su rabieta y pensando en las pobres gaviotas que estarían mojándose.
Pero un día el vecino se asomó a la terraza y sólo vio a una pareja, lejos, casi no podía distinguirlos, se cogieron de la mano y se dieron un beso, pero se fueron muy aprisa, como si tuvieran miedo. Al vecino le extrañó que no hubiera nadie más y le extrañó la prisa, pensó que a lo mejor es que venía mal tiempo aunque el barómetro de la pared marcaba estabilidad.
Al rato se volvió a asomar y no vio a nadie, parecía que hasta las gaviotas se hubieran ido y se dio cuenta de que el barco cargado de gente y de cosas hoy no había llegado.
En la esquina apareció la cabeza de un perro, y tras la cabeza una correa y tras la correa un joven con la mirada perdida, pero dieron la vuelta, también tenían prisa.
Miró a su mujer, algo extrañado pero no le comentó nada, no quería preocuparla por tonterías, al fin y al cabo ella siempre estaba pendiente de sus achaques y esa maldita tos que no le dejaba respirar. Lo que más le gustaba era cuando le cambiaba la botella de oxígeno y le llegaba ese airecito fresco a la nariz, ponía cara de niño travieso y su mujer le miraba con ternura y se reía, le gustaba verla así pero nunca se lo decía porque ella ya lo sabía.
El vecino se sentó nuevamente en el balcón, movido por la curiosidad, esperaba ver el bullicio de las mañanas, escuchar los gritos, hasta echaba de menos ver a las palomas en las mesas del café de abajo, esas que siempre andaban ensuciándolo todo, pero no vio a nadie.
Y así pasó los días, mirando la calle, pero la calle no podía mirarle a él porque estaba vacía. Su mujer andaba a sus cosas, siempre ocupada arriba y abajo, él no le prestaba demasiada atención cuando estaba por casa y eso que seguía siendo muy atractiva, algo más menudita pero conservaba todo el encanto de su juventud, él no se lo decía muy a menudo porque al fin y al cabo ella ya lo sabía.
Después de un tiempo el vecino vio que la calle iba recuperando a la gente, veía parejas de la mano, niños correteando, incluso alguna pelota que rebotaba en el suelo, demonio de niños siempre ruidosos; la calle había vuelto poco a poco a la normalidad.
Entonces el vecino se giró y se dio cuenta de que algo faltaba, alguien ya no estaba y a él no le dio tiempo a despedirse, de decirle lo mucho que la amaba, aunque ella, ella ya lo sabía.
Is it really possible to tell someone else what one feels? (Leo Tolstoy, Anna Karenina)
Si me pilla
Si me pide bailar la noche
que sea un tango a dos,
tus manos y mis pies
y ella, ella que tararee.
Si me puede la razón
invitala a un crucero en un mar
donde mi alma no la encuentre
y su estela se pierda inútil.
Si viene de vuelta la vida
que no me descubra,
que no me vea
si no es en tus brazos.
Si me encuentra la desesperanza
dile que no la quiero
que no son horas de llamar,
que yo ya tengo a quien querer.
Si me pilla la madrugada
que sea despeinado,
que sea entre tus piernas
perdiendo el alma y la prisa.
Si me pilla la vida que sea contigo
a destiempo en tu risa,
a tiempo en la mía.
How did it get so late so soon? (Dr. Seuss)
Primavera 2020
La madrugada me la trajo
en una gota de escarcha
mientras la luna la escondía,
tan diminuta, apenas nacida.
Venía con traje de seda,
parida entre flores,
acunada entre hierbas,
amada entre olores.
Llamó a mi puerta, cerrada,
no la vi llegar, no la oí llamar,
en mi encierro, perdido,
confinado, escondido,
enclaustrado en temores.
Llamó a mi vida, apasionada,
en el sueño me gritó
y desperté, sin más.
Llenó mi madrugada de soles
al abrigo de la lluvia
y de los corazones cansados,
que huían con los crisantemos
contagiados de desesperanza
Llegó apenas percibida,
tan callada como una vigilia
para espantar mi cobardía,
para llenar mis instantes
con sus brotes de razón,
con sus amores nuevos.
La madrugada me la trajo,
callada en la escarcha.
Ojalá la primavera nunca nos olvide.