Este principito

Este principito no tiene un elefante, ni tiene una serpiente, ni siquiera es príncipe, tan sólo se las da de majestuosa alcurnia capaz de dividir tu alma en dos como no te brote un poco de azulada sanguinidad en cuanto te corte las venas con una sonrisa.
Poco le importa la huella que tus elefantadas dejan a tu paso, si el viento mece tus orejas en frenético vaivén o si el veneno que restriegan tus palabras es fruto de la serpiente del sombrero, valiente elefante que repta entre dos mañanas.
Este principito no es quién, no, ni siquiera es él, pero viaja entre dos estrellas como quien suda dos camisetas y ninguna le pertenece, ausente entre el agua y el río que la lleva, desplaza su única verdad entre las curvas de la vida, y la mantiene, muy a su pesar, digna y lúcida pues reconoce en sí mismo al único que la conoce y le importa.
Es menor, no es que sea bajito o niño, simplemente es menor, como una estrella enana que no te llega a guiar pero acaba contigo en un solo batir de mariposas sin alas.
Y gira, sin destino, en su propio tranvía de tiovivos que acechan la muerte de las palomas en las mesas del café al ocaso de las palmeras. Y se refugia en las tazas sin poso como quien nada en las olas de playas sin mar, y se siente vivo, se siente bien y no necesita del aplauso de la noche para caminar, absorto en su viaje.
Revienta, principe menor, antes de que te lleve la osadía de la indiferencia que se amaga entre la absurda clientela de la oscuridad.
No es uno de esos principitos fabulosos de cuento, príncipes con sentido y moraleja, príncipes que te alegran el día o te hacen olvidar la fealdad de las costumbres humanas. Es de esos otros principitos sin sentido que moran en lo más hondo de las almas buscando una burbuja en la que permanecer mientras todos los amaneceres poéticos, las frases desgastadas, los parabienes y los desgraciados amantes olvidados pugnan por ocupar las parcelas de las frágiles vidas, esos principitos que merecen algo más que ser el artista revelación, que duelen sin amargura y festejan sin música, esos principitos que te pueden llevar a flote entre una lágrima y una carcajada, es de esos que nunca llegarán a reinar, ni les importa.
Alquílale una habitación a tu principito, en tu vida y de por vida, antes de volverte loco, o lo que es peor, volverte mayor y perder el sentido y la imaginación para dejar de ver tus propios elefantes y serpientes.