Extrañamente ausente, sientes,
y en tu extrañeza no resuelves
ni amagas, ni tan siquiera fluyes.
Cuando ajenos te invaden,
capitulan, pervierten y creen
lo que tú desconoces, incrédulo,
y amasan juicios sin jurado.
Entonces, extraño,
albergas perplejidad,
frecuente y a veces llamada,
nunca cercana ni deseada,
mientras admiras, todo y nada,
y te inquietas por lo extravagante,
te sorprende lo cotidiano,
la rutina del quiebro de la fe,
la particularidad del ser incompleto,
buscando, nada y todo, en sí mismo.
Cuando ya no decides, pierdes,
el motivo y el paso errado,
y te enoja la duda, simiente ya marchita,
la tibieza de la ventura mermada
en el recelo de su propia realidad.
El afán de extraños, incuestionables,
ejercita poder y arroja certera
la tacha en su incólume razón,
revuelve a propios, mina ausentes,
y despliega su particular desdén
envileciendo la misma palabra
hasta que, nuevamente, te sientes,
extraño.
Si no te sale ardiendo de dentro, a pesar de todo, no lo hagas.
A no ser que salga espontáneamente de tu corazón y de tu mente y de tu boca y de tus tripas, no lo hagas. (Ch. Bukowski)