Entregué lo poco
que de mi valía la pena,
me sumergí en las olas
que batían mis serenas calas ,
dejé las prendas de mi razón
abandonadas en el muro de las verdades.
Recogí mi último silencio
refugio de mi poca andanza
y me entretuve en aceptar
cada golpe, cada censura.
Rota mi imaginación
rotas mis dudas, mis anhelos,
rotos los deseos que quizá tuve,
añoro, furtivo de besos, la alegría
que embriagaba mi risa,
la nobleza de actos sin voz
y la ausencia de vanidad
en pretender acallar
las sensualidades del ayer.
No hube caminado lo suficiente
para entender y entenderme,
no pretendo guiar mis pasos
donde las aguas son turbias
y los remolinos constantes.
El gorrión de mis mañanas
me abandonó en la tristeza
de hallarse desamparado, ahora
rehuye las migas que le doy
pero sabe que no abandono
los lugares en los que me visita
y se dejará amar, confiado,
en la mano amante que le tiendo.