La luna

Hay un momento en el día en que sientes que las sombras de los edificios se alargan, que poco a poco el viento se calma y notas que el calor que invadía el mundo se desvanece, llega la noche.
La noche trae a la luna, es más fría pero siempre llega acompañada, y se siente bien con su séquito, sabe que brilla con la luz que el sol le permite pero le basta, se ve hermosa y tranquila. A veces hace escondidillas y sólo nos enseña la nariz, otras veces se burla y nos muestra el trasero pero no lo hace con mala idea, es solo picardía femenina.
Le cuesta dejarse ver, no permite que las nubes la maquillen y es capaz de esperar la mejor noche para mostrarse plena y rotunda, embriagada de su propia presencia y cautivandonos con solo una mirada, luna roja, luna llena.
Hay otras en que el sol le apaga la luz, está celoso de nuestras miradas, las que él no puede recibir, y prefiere ocultarla.
La luna nos arrulla y nos dormimos felices, y en el sueño nos devuelve a la casilla de salida porque sabe que al día siguiente el sol, fuerte y arrogante nos permitirá volver a intentarlo, vivir, y eso es lo poco que le pedimos a la luna, unos instantes de descanso.
Hay mañanas en que la luna se resiste y permanece ahí, mientras el sol nos inunda, sabe que ha llegado el momento de ocultarse, cerrar el telón, los aplausos, su público no se lo permiten, esperan un bis pero ella, coqueta, se reserva para luego.
La luna es a la vez esperanza del día y belleza nocturna, y te deja mirarla embobado.

A la amistad, que nos permite descansar de nosotros mismos y de nuestras diferencias.