Luna

De pequeño siempre quise ser astronauta.
Bueno, primero tuve una etapa en que quería ser vaquero. Supongo que a resultas de la falta de televisión en mi niñez, me los imaginaba mucho más heroicos y menos exterminadores de búfalos, e indios.
Pero un día llegó una Hitachi en blanco y negro al salón, y quizá porque a la luna siempre la veía descolorida, como la televisión, o porque nunca he sido capaz de ver su cara, la de la luna, me dio por querer ir allí, a ver si había otro lado o solo era un decorado, como el papel pintado de la pared detrás del televisor.
El caso es que yo andaba en pantalón corto mientras a casi 400 mil kilómetros había gente dando saltitos en el papel pintado, o hablando con otra gente muy seria, todo en blanco y negro como en las epopeyas clásicas, al menos en el Hitachi aquel.
Y esa gente sin color, de vez en cuando decía que tenía problemas a la otra gente en “Jiuston”, como si los demás nadáramos en la felicidad absoluta mientras intentábamos ajustar la antena del Hitachi.
Pero yo, con mis pantalones cortos, quería flotar en la cápsula y hablar con voz de radio a distancia, sin más problemas. Y no, no he sido astronauta, pero la luna me la conozco. Tampoco es que sea un lunático, no vayan ustedes a pensar con tanta simpleza, yo más bien he optado por estar allí, en plan selenita de pro, hijo adoptivo de la villa y corte.
Y ciertamente las cosas se ven con otra óptica, telescópica diría yo, desde aquí. Me permite mantener la distancia, solucionar los problemas con una llamada al centro de control y si pintan bastos, enciendo los propulsores y me vuelvo, me basta con amerizar cerca de cualquier playita recóndita.
Con el tiempo se me está quedando voz en off, radiofónica, aunque el Hitachi lleva años apagado, pero sigo llevando pantalones cortos, y sigo en la luna.