Puedo vivir sin ese mundo, el que me niegas,
puedo escalar esos muros,
puedo sitiar tu fortaleza,
tu foso lo navego sin mojarme,
tus almenas las alcanzo de un salto,
pero no resisto la indiferencia.
Estar y ser en esa mirada,
hilvanar deseos y rechazar temores
mientras rehuyo el contacto
y a la vez lo llamo, a gritos, ensordecedores.
Dejaste que sucumbiera a la realidad,
la mostraste cruda y presente,
no había otra, jugaba a perder,
sin cartas, y me envidaste el farol.
Ahora sucumbo entre las frases,
vacías, carentes de sentido y valor,
errante busco un hilo juicioso y firme
donde soterrar los últimos sueños
y languidecer en la corriente embravecida
en la que afluía mi osadía y mi pasión.
Quizá tan solo busque un madero,
un tronco al que poder asirme
y evitar la zozobra, un gesto,
desdeñado por ser menor, pero vital,
imprescindible en mi viaje.
Puedo entender y aceptar,
puedo escuchar, asentir, acatar y fingir
pero no puedo dejar de maldecir la infame prisa
que nos separa y me arrebata estas palabras.