Hay noches en que ocurre, por un momento, los deseos más imposibles, sueños casi perdidos, desatan cadenas y te sorprenden.
Se presentan a tu lado, caminan el poco espacio que os separa, radiantes, espectaculares, con una sonrisa que te hace temblar, presagiandolo todo.
Tratas de fingir, aparentas normalidad, te pellizcas, pestañeas e incluso te obligas a no gritar.
Podrías acariciarlos, de tan cerca, por fin saber de qué están hechos los sueños.
Entrar, saludar y reír, gozar en sus nubes, alterarte con ellos y perderte en la inmensidad de vida que esconden.
Descorrer el cerrojo, echar la puerta abajo, sin miramientos, para fundirte en la cálida piel que los envuelve y simplemente palpitar, atragantandote de carcajadas y felicidad.
Los miras y te miran, a bocajarro, sin misericordia, y en su mirada descubres mundos que no existían, contemplas manantiales tan enigmáticos como caudalosos y no temes ahogarte, quieres navegarlos y sondearlos, a contracorriente y con las manos.
Hay noches en que ocurre, y no quieres despertar.
A la sensación de comerse una ficha del parchís con ocho años!