Tocamientos

Fue una noche algo fría, música conocida, estribillos fáciles y unas cervezas, un buen momento para estar allí.
No era perfecta, no un bellezón pero atractiva, cuerpo bien resuelto y la mirada limpia, sin cautivar pero amable. Además bailaba, mecía sus caderas y estaba justo ahí, a tu lado.
La música llevó a las risas, las risas a las palabras y las palabras a la conversación, un ratito. Ahora vuelvo. Y no volvió, te quedaste con la duda, si tu estupidez era real y permanente o simplemente un traspiés, preguntaste y ganaste el beneficio de la duda, eras amable, más educado que el resto pero hoy no era el día, estaba con amigas.
Y las noches pasan, se siguen en continua procesión, a veces un saludo y alguna mirada, curiosidad atractiva.
El atractivo se convierte en simpatía, la simpatía en curiosidad y la curiosidad en indiferencia.
De nuevo aquí, cerca, un cómo te va, dos besos y distancia. Ella con sus copas, más sofisticadas y tú con tus rubias malteadas. La música suena de nuevo.
Ella con sus copas, otras, muchas. Y un desconocido, no hubo saludos, ni miradas, sólo cercanía. Quizá demasiada, la que él se tomó.
Justo cuando su cercanía se convierte en roce, y el roce en manos más allá de la espalda, apretando. Varias veces.
La indiferencia se torna ira, calculas la medida, el grosor de la madera en la barra y te asaltan impulsos desconocidos.
Las amigas permanecen ausentes, no importa, te extrañas y sabes que esto no puede acabar bien.
Pero la ira se torna estupor, ella le llama, le invita a seguir.
Y tú has perdido una pelea que ni siquiera habías comenzado, el golpe es brutal y te deja inconsciente, incrédulo, abres la boca pues te falta el aire.
Por favor, cuando puedas me pones otra cerveza, una irlandesa de esas bien servida, con su tiempo, sus doce milímetros de espuma recuerdo de un atlántico rompiendo en los acantilados, esos a los que acabas de caer.

Entender: Tener idea clara de las cosas.