Tormento

La lluvia le otorgó el beneficio de la espera, permaneció quieto en el umbral de la portería esperando el momento en el cual retomar el viaje, andar el camino que le conduciría a inciertas pero deseadas vivencias.
Sabía que sus recuerdos de la última visita no le permitían albergar demasiadas esperanzas y con toda probabilidad quedaría atormentado nuevamente.
Paso a paso emergió una vez más la duda y el temor de la reincidencia, someter su ya frágil existencia a la interminable cadencia de los giros en que debía ocultar sus errores, podría ser extremadamente duro; la expectativa de una solución clara se difuminaba en su mente a medida que se acercaba a su destino, y las botas pesaban, como pesa el alma cuando es golpeada sin piedad.
No ocultaba que aquellos instantes tan próximos le provocaban desazón, ese sentimiento de intranquilidad que, a pesar de la familiaridad en que se envolvían los actos repetitivos, no dejaba de ser un tormento, no reconocía la evidencia de la costumbre ni la posibilidad de un destino imprevisto.
La pisada nerviosa, alternada entre baldosas irregulares, impidiendo el contacto con la cuadrícula para no perturbar en demasía sus pensamientos, totalmente centrados en la exigencia de encontrar por fin el sosiego que un desenlace propicio sin duda le reportaría.
No le importaba ya que la fina lluvia le acompañara en el trayecto, quizá sentía en ella una suerte de aliada para resolver el conflicto, probablemente no en solitario, sin duda haría falta algún elemento más que desencadenara una conclusión favorable.
Absorto en sus reflexiones caminaba entre las callejuelas, la poca luz de las farolas apenas si le permitían distinguir el pavimento pero con sumo cuidado, evitando cualquier percance, acortaba apresurado la distancia que le separaba de lo que aún confiaba que podía zanjar el problema y despejar la incertidumbre.
Un leve chirrido al empujar la puerta, los fluorescentes en lo alto y el interminable sonido de las máquinas le devolvieron por un instante a la cotidianidad, podía presentir que en breve su zozobra estaría sin duda alguna finiquitada, no cabía la vacilación, permitir lo contrario sería nefasto y le obligaría a replantearse demasiadas cosas; no es que estuviera en juego la supervivencia de la fe pero sí la creencia en el devenir previsto, en que no cabían más sorpresas.
Redujo la carga al mínimo posible, no debía dificultar el intento y mermar las fuerzas disponibles, una vez había sido suficiente y sin duda, había aprendido la lección.
Introdujo la moneda en la ranura, el tambor giró, como siempre, sin pausa, y podía observar desde la tranquilidad de su asiento, en espera, las vueltas incansables a las que sometía su antaño inmaculada camisa para devolverle la blancura que la maldita mancha de vino le había usurpado, pero que sin duda, ahora, tras un segundo intento, le sería devuelta; de ello se encargaría el último modelo de lavadora industrial que contemplaba en la soledad de la lavandería.

I’m looking for the unexpected. I’m looking for things I’ve never seen before. (Robert Mapplethorpe)