Como un tren bala, sin raíles, simplemente te roza y es suficiente.
Insistes en que es posible, que puedes y nada te lo impide ni nadie.
Le robas un segundo a la certeza, le suplicas un minuto al transcurso y lo saboreas, te dejas caer y te empuja arriba, alto.
Repites los movimientos que conoces, un susurro, la frágil cercanía en que te sentías bien, y esperas.
Provocas la imagen, el olor, la quietud con la que se define y esperas.
Aleteas en la superficie de tus sueños, no puedes perder, y esperas.
Irreverente cómico de ti mismo, espejo cáustico de la humanidad que aflora cuanto recuerdas, ya no puedes esperar.
Una noche la viste y supiste que así sería tu sueño, pero sólo lo viste tú.
Demasiada juventud.
A Whitney, una noche en el Paddy’s