Unos segundos

Mi mano se desliza bajo las sábanas, sintiendo cercano el calor de la carne que alberga un deseo que sin duda me invita; recorre el minúsculo tramo que separa nuestros cuerpos y se posa suave, apenas un roce, sobre sus caderas.
Su piel, fina y tersa, se alborota, en su vientre corren alocadas miríadas de pequeñas mariposas, desenfreno de sentimientos y pasión que impulsan cada vena, cada pequeño corpúsculo de su anatomía a la excitación.
Un ligero movimiento de sus piernas, arqueando la espalda, muestra en toda su plenitud la rotundidad de sus nalgas incitadoras al contacto.
Mi mano resbala por la sedosa curva que me lleva a acariciar sus muslos, buscando lenta pero inexorablemente el contacto con sus rodillas, aún lejanas; mis dedos, perdidos en el deleite, sucumben al intenso enardecimiento y cabalgan ya en pos de la total extensión de sus piernas, recorren la curvada senda en que convergen sus músculos y percibo un gemido, apenas una efervescencia de sentimientos incontrolados que buscan voz y relatar su presencia, sinónimo de aceptación y delator de recompensas.
El frenesí se apodera de mis yemas que avanzan sin tregua en pos de las perfectas columnas que sostienen mi objeto de deseo, pantorrillas aterciopeladas, orfebrería de los templos en los que los Dioses pierden su divinidad y sucumben a los terrenales pecados; mis manos se depositan sobre su base, y los dedos, mis dedos junto a sus dedos bailan, se ríen y con júbilo frotan cada una de las curvas que la ingeniería femenina ha querido depositar en sus pies.
Retrocedo, reptando con destreza el inverso de los minúsculos trechos ganados en mi odisea, mimando la tersura de su cuerpo, despacio, saboreando cada tramo, cada instante en que su piel alardea de su belleza ante la torpeza de mis dedos.
Su cuerpo, recostado con las piernas flexionadas, responde a mis caricias con leves movimientos, impulsos fervientes y amorosos, unas veces convertidos en suspiros apenas perceptibles pero elocuentes, y otras en temblores, contracciones que en mi palma se sienten nítidas, expresión de la excitación que la posee.
Acerco pausadamente mi rostro a su colorado cabello, fiel reflejo del rubor que la invade y al tiempo que su melena inunda mi mirada poso mis labios en su hombro desnudo, labios que solicitan el contacto, labios que desean y se pliegan al placer; la tibia dulzura de su carne invade mi boca y mi lengua no evita saborear su delicado recuerdo a mar. La respuesta, la exhalación de su goce, el suspiro cercano y claro, me confirma en la esperanza de mis anhelos.
Mis manos evidencian la nueva conquista y recorren, ahora con una ligera presión, reptan y en momentos toman, la parte menos expuesta de sus muslos, me acerco nuevamente, sin demora, casi apresuradamente, a la redonda forma de sus adorables caderas y ahora sí, no rehuyo el sentimiento que me invade y aprisiono con firmeza su piel, su carne, todo su ser en mi mano.
Permanecemos unos segundos quietos, mis labios aún maravillados libando el gusto de su fina piel, nuestros cuerpos juntos, tan cercanos que hasta el aire siente envidia y se aleja abochornada; mi mano, resistente, inflexible y apoderada en su pasión siente la plenitud de su tibieza.
“Pi, pi, pi … pi, pi, pi. Buenos días queridos radio oyentes, son las siete de la mañana y aunque la ciudad ha amanecido cubierta el pronóstico es bueno, hoy es lunes y empezamos una nueva jornada laboral.”