El roce de la fría seda en sus pantorrillas la hizo estremecer, la blusa resbalaba aún por sus tobillos camino de los tacones que la mantenían erguida, ligeramente arqueada en la espalda mientras sentía la palma de sus manos recorrer su cintura, justo en la curvatura de las caderas, con una ligera presión, apenas un roce que la piel excitada no acertaba a deslizar y a impulsos frenaba. Deseando que la caricia progresara, pero tímida, consciente de su pudor movió ligeramente la pierna de modo que la blusa quedó libre en su caída y se posó suave, delicadamente sobre sus pies; el pequeño movimiento bastó para que las manos sintieran el sutil arrebato de deseo que la embargaba por instantes, incapaces de detenerse rodearon la cintura y tomaron su vientre, podía verlas resbalar poco a poco justo debajo de sus senos.
Su cabellera encarnada resbaló por los hombros, cubriendo parcialmente los tirantes del sujetador y ofreciendo la ilusión de una desnudez deseada. Sentía la mirada penetrante posada sobre su espalda, flotando entre las hebras de pelo que la respiración jadeante impulsaba rítmicamente; percibía que sus labios se acercaban inexorablemente a su nuca, la sedosa melena abriéndose sobre los brazos que mantenía pegados al cuerpo en un alarde de decoro que ni ella misma comprendía.
Buscó sus manos, perdidas aún sobre el vientre, la vana creencia de la eternidad de un suspiro, mientras éstas sutilmente ya habían aprovechado el instante en que una ligera separación del cuerpo permitía la ascensión entre los brazos, tomando las muñecas, recorriendo los antebrazos desprovistos de vestimenta y aún así tibios, enardecidos y temblorosos, aquietando las formas en las curvas de los codos, en el principio de la carne enredada entre su pelo.
En un firme gesto de osadía sus dedos acariciaron los hombros, presionando tenuemente sobre ellos, apenas una caricia pero transmitida como el fuego a sus piernas, a sus pies, obligándola a curvar los dedos, arqueando el empeine y creando el vacío allí donde los tacones crean toboganes de vértigo y desenfreno. El pié tembló, la seda de la blusa no retuvo su desliz, el zapato, frágil, creado con volutas de pericia para el ocaso veraniego, torció, su cuerpo no reconocía la altura como propia, sus esbeltas, perfectamente torneadas pantorrillas sintieron vagamente la merma del puntal pero ya era tarde.
Como tarde se les hizo en urgencias, refrenando su deseo entre vendas, analgésicos y el hielo suficiente para derretir los calores del tórrido verano.
A wise woman never yields by appointment. It should always be an unforeseen happiness. (Stendhal)